Jesús, hemos venido a adorarte
porque sabemos que aquí no hay un trozo de pan:
aquí estás Tú, el Hijo de Dios vivo,
realmente presente en la Sagrada Eucaristía.
Pongo a tus pies los sufrimientos y anhelos
de tantos emigrantes como yo.
Pongo a tus pies las penas de todos los ancianos que viven solos,
sin que nadie les cuide.
Pongo a tus pies los dolores de los pobres más pobres
que sobreviven en las barriadas más tristes del mundo.
Pongo a tus pies el llanto de los niños abandonados,
de los marginados,
de los drogadictos,
de los encarcelados
y de los sin techo.
Pongo a tus pies
las esperanzas
de todos los que hemos venido a este país desde América,
y las ilusiones
de los que vienen desde África,
jugándose a veces la vida en un cayuco.
Tú sabes que he vivido mucho tiempo gracias a Cáritas.
En Cáritas parroquial no sólo me dieron alimentos y ropa.
No sólo se contentaron con capacitarme para trabajar.
En Cáritas me dieron lo más importante:
me ayudaron a vivir como mujer y como cristiana,
a vivir unida a Ti,
fiel a la Iglesia, al Papa y a los obispos.
Porque tenemos hambre de muchas cosas, Señor,
pero sobre todo tenemos hambre de Amor,
hambre de Ti.
¡Hambre de Dios!
No anhelamos alcanzar sólo bienes materiales:
trabajo, ropa y sueldo.
Buscamos
que se nos trate con respeto y con dignidad,
como personas que somos.
Por eso,
porque creemos que Tú eres Dios,
porque creemos que estás aquí presente entre nosotros,
en la Eucaristía,
queremos tratarte
con el mayor respeto, amor y dignidad posible.
Y te pedimos perdón,
porque, a veces, nos olvidamos de tu Amor
y te tratamos mal.
¡Ten piedad de nosotros, Señor! |